Entre dos tierras: el duelo silencioso de una madre migrante

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Ana Patricia Beltrán, una barranquillera de 43 años, nunca imaginó que su vida daría un giro tan abrupto. Hace tres años, mientras decoraba el traje que su hija María José usaría en el Carnaval, su esposo Alfonso llegó con noticias que cambiarían su destino: una promoción laboral en Ciudad de México. “Pensé que sería una aventura emocionante. Nadie me advirtió que migrar duele más cuando dejas atrás una vida que amabas“, confiesa con nostalgia en su tercera sesión en SELIA.

El contraste que desgasta el alma

De jefa de operaciones en una importante cadena de almacenes en Colombia a “señora de la casa” en México, Ana Patricia enfrentó un duelo múltiple:

  • ✔️ Del bullicio del Malecón a la inmensidad anónima de Ciudad de México
  • ✔️ De reuniones ejecutivas a videollamadas con amigas que ya no comparten su rutina
  • ✔️ De las arepa ‘e huevo en el desayuno a extrañar hasta el olor del café colombiano

Lo más duro fue ver a María José llorar porque extrañaba a sus primos. Yo quería ser fuerte para ella, pero por dentro me derrumbaba“, admite.

Los síntomas del duelo migratorio

En SELIA, la psicóloga especializada identificó los signos clásicos:

  • Insomnio recurrente (se despertaba a las 3 a.m. pensando en el mar Caribe)
  • Irritabilidad con su esposo (“Lo culpaba por arrancarnos de nuestra tierra“)
  • Negación a adaptarse (“Me resistía a aprender modismos mexicanos“)

Extrañaba hasta lo que antes me molestaba: el tráfico de la 30, los vendedores ambulantes gritando ‘¡Aguacateee!’. En México todo era… más frío“, describe.

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La terapia incluyó ejercicios específicos:

  1. El altar de los recuerdos: Un espacio con objetos simbólicos de Barranquilla (arena de la playa, fotos del Carnaval) para honrar lo perdido
  2. Rituales de transición: Cocinar sancocho los domingos usando sabores colombianos que encuentra en mercados especializados
  3. Reconexión con el nuevo hogar: Paseos semanales con María José para descubrir “sus” lugares en México

El día que encontramos una pequeña playa artificial en Xochimilco donde podíamos ‘sentirnos como en casa’, algo cambió“, recuerda emocionada.

Los duelos paralelos de una familia migrante

Cada miembro vivía su propio dolor:

  • Alfonso (esposo): Culpa por “arrancarlas” de su entorno
  • María José: Rabia silenciosa que mostraba en dibujos de su antiguo colegio
  • Ana Patricia: Pérdida de identidad profesional (“Ya no sé quién soy“)

En terapia familiar aprendieron a:

  • ✓ Expresar el dolor sin culpas
  • ✓ Crear nuevas tradiciones (ahora celebran el Día del Niño con piñatas mexicanas, pero música de Shakira)
  • ✓ Aceptar que el duelo no es traición a su patria

El renacer en tierra ajena

A un año de terapia, los avances son notorios:

  • Ana Patricia comenzó a escribir de gastronomía fusionando recetas colombianas con ingredientes locales
  • María José tiene un “cuaderno de dos patrias” donde escribe lo que ama de cada país
  • Alfonso se esfuerza por llegar cada día temprano a casa

Ahora entiendo que este duelo no termina, se transforma“, reflexiona Ana Patricia mientras enseña a su hija a hacer arepas con harina PAN. “María José ya no será 100% colombiana, pero tampoco 100% mexicana. Y está bien“.

Lecciones para otros migrantes emocionales

Ana Patricia comparte lo aprendido:

  1. El duelo migratorio es válido aunque no haya habido muerte física
  2. Adaptarse no significa olvidar
  3. Los hijos necesitan ver que sus padres también pueden ser vulnerables


*La historia ficticia retrata los cientos de casos de pacientes de SELIA, en la búsqueda de formar conciencia con compasión en la sociedad.