Tabla de contenidos
- De joven promesa a prisionero del trabajo
- La familia que se desvaneció
- Terapia: desintoxicación laboral
- El vacío que el éxito no puede llenar
- Lecciones para otros Gustavos
Gustavo López, un ejecutivo de 49 años en Bogotá, revisa su reloj Rolex mientras el ascensor sube al piso 42 de su oficina. Son las 6:30 a.m. del domingo, pero para él podría ser cualquier día laboral. Su reflejo en los espejos pulidos del edificio corporativo muestra a un hombre exitoso: traje italiano, corte de pelo perfecto, porte de quien toma decisiones que mueven millones.
Lo que el espejo no muestra es el apartamento vacío que dejó atrás, las fotos de sus hijos que ya no llama, ni el sobre de abogados en su mesa con los papeles de divorcio que María José, su esposa por 25 años, presentó la semana pasada. “Construí un imperio profesional, pero en el proceso demolí mi vida“, confiesa con voz ronca en su primera sesión en SELIA.
De joven promesa a prisionero del trabajo
La carrera de Gustavo fue meteórica: a los 28 años era el gerente más joven de la multinacional donde trabajaba, a los 35 dirigía su primera filial internacional. Cada logro alimentaba su adicción:
- ✔️ Llegaba primero y se iba último, incluso cuando no era necesario
- ✔️ Llevaba el portátil a reuniones familiares, respondiendo correos durante la cena
- ✔️ Justificaba ausencias diciendo “Trabajo para darles lo mejor”
“Cuando Luisa ganó el primer lugar en oratoria en sexto grado, envié a mi asistente con un iPad Pro como premio. No entendí por qué lloró“, admite ahora con vergüenza.
La familia que se desvaneció
Las señales de alarma fueron claras pero las ignoró:
- María José dejó de preguntarle cuándo llegaría (“Sabía que la respuesta sería ‘Pronto’ y nunca era cierto“)
- Luisa, ahora médica de 24 años, le enviaba fotos de sus logros por WhatsApp porque sabía que no iría en persona
- Juan David, el menor, dejó de incluirlo en sus planes después de que faltó a su graduación universitaria por una “emergencia laboral“
El golpe final llegó cuando María José le confesó que llevaba dos años en una relación con un profesor de yoga. “Me dijo algo que me destruyó: ‘Con él me siento vista, no como un mueble más de tu decoración‘”.
Terapia: desintoxicación laboral
En SELIA, el psicólogo especializado lo confrontó con datos crudos:
- Trabajaba en promedio 78 horas semanales (equivalente a dos empleos completos)
- No había tomado vacaciones reales en 11 años (“Viajes de trabajo no cuentan“)
- Su asistente conocía mejor a sus hijos que él
El tratamiento incluyó:
1. Abstinencia controlada
- Horario estricto: salir a las 6 p.m. aunque “falte trabajo”
- Fines de semana sin dispositivos electrónicos (al principio sufrió síndrome de abstinencia)
2. Reconstrucción de relaciones
- Cartas de disculpa específicas (recordando eventos importantes que falló en atender)
- “Citas laborales” con sus hijos: almuerzos donde hablaban solo de sus vidas, no del trabajo
3. Redescubrimiento identitario
- Voluntariado enseñando negocios a jóvenes, actividad que le recordó su pasión por mentorar
- Lista de “quién soy más allá del cargo” (ex aficionado al ajedrez, buen cocinero de postres)
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Comienza ahoraEl vacío que el éxito no puede llenar
A seis meses de terapia, Gustavo enfrenta verdades dolorosas:
✔️ Su puesto de VP puede ser ocupado por cualquiera, pero su rol como padre es irreemplazable
✔️ María José no regresará, pero puede construir relaciones más sanas en el futuro
✔️ Sus hijos adultos le dan oportunidades limitadas para reconectar
“La peor parte fue darme cuenta que ni siquiera disfrutaba el trabajo. Solo era adicto a la validación que me daba“, reflexiona mientras hojea el álbum familiar que nunca antes había revisado.
Lecciones para otros Gustavos
Su historia advierte que:
- Ninguna cifra en un estado de cuenta compensa ausencias en la vida familiar
- La adicción al trabajo suele esconder miedo al fracaso o vacío existencial
- Los hijos perdonan, pero las oportunidades perdidas no vuelven
Si te identificas con esta historia, busca ayuda hoy. Como Gustavo aprendió demasiado tarde: el verdadero legado no se mide en balances anuales, sino en los recuerdos que construyes con quienes amas.
*La historia ficticia retrata los cientos de casos de pacientes de SELIA, en la búsqueda de formar conciencia con compasión en la sociedad.