Tabla de contenidos
- “El rey sin corona”: los años de construcción de una máscara
- El caso que lo hizo cuestionarse todo
- Las relaciones como territorio de batalla
- El lento camino hacia la autenticidad
- Un mensaje para otros como él
En el corazón de Bogotá, entre los altos edificios de vidrio que albergan los bufetes más prestigiosos de la ciudad, Sebastián, un abogado corporativo de 31 años con un currículum impresionante y trajes hechos a medida, enfrentaba una crisis que no podía resolver con argumentos legales. Siempre había sido el mejor: el estudiante destacado, el profesional ascendido rápidamente, el orador que cautivaba a cualquiera con su elocuencia.
“El rey sin corona“: los años de construcción de una máscara
Desde niño, Sebastián aprendió que el amor era condicional. Sus padres, ambos académicos de alto perfil, celebraban sus notas perfectas pero criticaban cualquier esfuerzo que no terminara en triunfo. “Mi padre me decía: ‘Los segundos lugares son solo para los perdedores‘”, recordó. Así, construyó una identidad basada en logros: debates ganados, títulos con honores, clientes importantes. Pero detrás de la fachada de seguridad, había un miedo paralizante a la mediocridad.
El caso que lo hizo cuestionarse todo
El punto de inflexión llegó con el caso de una startup tecnológica. Sebastián insistió en llevar el litigio a juicio —contra el consejo de sus colegas—, seguro de que su retórica arrasaría. Pero perdió, y el cliente los demandó por mala praxis. “Por primera vez, vi duda en los ojos de mis socios. Me llamaron ‘arrogante’… y eso me destruyó“, dijo.
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Comienza ahoraLas relaciones como territorio de batalla
Fuera del trabajo, Sebastián enfrentaba otro desafío: sus relaciones eran superficiales. “Tenía ‘admiradores’, no amigos“, admitió. Sus novias duraban meses —”Se aburrían de que todo girara alrededor de mí“— y sus interacciones seguían un guion: él hablaba de sus éxitos, esperaba halagos y se desconectaba si la conversación no lo glorificaba.
El lento camino hacia la autenticidad
El tratamiento en SELIA combinó terapia cognitiva para trabajar su pensamiento dicotómico (“Soy el mejor o un fracasado“) con técnicas para desarrollar empatía. Un avance clave fue cuando, por primera vez, ayudó a una pasante con un caso sin atribuirse el mérito después. “Ella me agradeció y sentí algo raro… satisfacción sin necesidad de reconocimiento“, relató.
Un mensaje para otros como él
Su historia desafía el estereotipo del narcisista irremediable. “No vine aquí porque fuera ‘débil’, sino porque mi mundo se estaba haciendo cada vez más pequeño. Solo yo vivía en él“, reflexionó. Ahora aboga porque más profesionales busquen ayuda: “El narcisismo no es solo vanidad. Es una prisión donde el carcelero y el prisionero son la misma persona“.
En SELIA, recordamos que los trastornos de personalidad no son condenas de por vida. Como Sebastián descubrió: “La verdadera grandeza no está en ser impecable, sino en tener el valor de enfrentar nuestras imperfecciones“. Si te identificas con esta historia, dar el primer paso —reconocer que hay un problema— ya es un acto de humildad revolucionario.
*La historia es ficticia y se usa para retrata la valentía de pacientes de SELIA, en la búsqueda de formar conciencia con compasión en la sociedad.