Tabla de contenidos
- 1. Decir y escuchar “te quiero”
- 2. Bailar con ellos
- 3. Acurrucarse en la cama
- 4. Brindar seguridad a través del contacto físico
- 5. Normalizar la desnudez en el hogar
- Por niños con una infancia saludable
1. Decir y escuchar “te quiero”
Expresar amor verbalmente es una de las formas más poderosas de fortalecer el vínculo entre padres e hijos. Decir “te quiero” de manera regular ayuda a los niños a sentirse valorados y seguros, y les enseña a expresar sus propios sentimientos de afecto. Bilbao destaca que muchos adultos no han escuchado esta frase de sus padres, lo que puede dificultar la expresión emocional en la adultez. Por ello, es esencial normalizar el uso de “te quiero” desde la infancia, para que los niños crezcan con una comprensión saludable del amor y el afecto.
Este hábito va más allá de una simple costumbre cultural. Decir “te quiero” le permite al niño comprender que su presencia y esencia son apreciadas sin condiciones. Además, cuando el mensaje verbal se acompaña de gestos coherentes como miradas, abrazos o sonrisas, el impacto emocional es aún más profundo. En este sentido, el niño aprende no solo a amar, sino a recibir amor y a relacionarse con los demás desde un lugar de afecto genuino.
2. Bailar con ellos
El baile es una actividad lúdica que promueve la conexión emocional y la diversión compartida. Antes de que los niños desarrollen la vergüenza o el autocontrol social, bailar juntos puede ser una experiencia liberadora y memorable. Bilbao sugiere que los padres aprovechen esta etapa para bailar con sus hijos, creando recuerdos imborrables y fortaleciendo el vínculo afectivo. Además, el baile estimula el desarrollo motor y la coordinación, y puede ser una herramienta eficaz para aliviar el estrés tanto en niños como en adultos.
La danza es también una expresión espontánea del cuerpo, y a través de ella los niños desarrollan su creatividad y sentido del ritmo. Compartir momentos de baile no necesita preparación ni planificación: basta con poner una canción alegre en casa y dejarse llevar. Esta interacción se transforma en un espacio de conexión emocional y física, donde ambos se permiten ser vulnerables, reír y disfrutar sin juicio alguno. Son estos recuerdos simples los que quedan grabados en la memoria afectiva del niño.
3. Acurrucarse en la cama
Compartir momentos de cercanía física, como acurrucarse en la cama, es fundamental para el desarrollo emocional de los niños. Aunque algunos padres pueden preocuparse por establecer límites claros respecto al sueño independiente, compartir momentos de intimidad, como acurrucarse durante la mañana o antes de dormir, puede fortalecer el sentido de seguridad y pertenencia del niño. Bilbao enfatiza que estos momentos no solo crean recuerdos valiosos, sino que también refuerzan la conexión emocional entre padres e hijos.
El acto de acurrucarse tiene una función de contención emocional. Durante esos momentos de pausa, el niño no solo se siente físicamente protegido, sino también escuchado y validado. Este tipo de contacto también permite conversaciones espontáneas donde el niño expresa sus inquietudes del día, o simplemente se siente acompañado en su silencio. La intimidad compartida se convierte en un espacio donde el amor y la empatía se manifiestan sin necesidad de palabras.
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Comienza ahora4. Brindar seguridad a través del contacto físico
El contacto físico es una fuente primaria de consuelo y seguridad para los niños pequeños. Abrazar a un niño cuando está triste, cansado o asustado le proporciona una sensación de protección y calma. Bilbao señala que los padres deben aprovechar esta etapa para sostener a sus hijos en brazos, ya que pronto crecerán y buscarán consuelo de otras maneras. Este tipo de contacto físico no solo consuela al niño en el momento, sino que también contribuye al desarrollo de una autoestima saludable y a la formación de relaciones seguras en el futuro.
La importancia del contacto físico en los primeros años no puede subestimarse. Numerosos estudios han demostrado que los niños que reciben abrazos y caricias frecuentes desarrollan sistemas nerviosos más equilibrados, con mejor regulación del estrés y una mayor capacidad de empatía. Además, aprenden a establecer límites saludables en el contacto físico con los demás, porque han vivido el ejemplo de un afecto respetuoso y nutritivo. El contacto físico es, por tanto, una forma directa y poderosa de comunicar amor incondicional.
5. Normalizar la desnudez en el hogar
Tratar la desnudez como algo natural dentro del entorno familiar puede ayudar a los niños a desarrollar una relación saludable con su propio cuerpo. Bilbao sugiere que los padres no deben sentir vergüenza si sus hijos los ven cambiarse o ducharse, ya que esto puede contribuir a que los niños se sientan cómodos con su propia imagen corporal. Al normalizar la desnudez, se fomenta una actitud de aceptación y respeto hacia el cuerpo, lo cual es esencial para el desarrollo de una autoestima positiva y una imagen corporal saludable.
La forma en que los adultos tratan el cuerpo humano frente a los niños tiene un efecto directo en cómo ellos mismos interpretan su corporalidad. Si los padres actúan con naturalidad, sin tapujos ni exageraciones, los niños aprenden a ver su cuerpo como algo funcional, digno y normal. Este aprendizaje temprano protege contra los complejos corporales, los tabúes sexuales y los trastornos alimentarios. La clave está en ofrecer una visión equilibrada y sana del cuerpo, libre de vergüenza, pero también respetuosa.
Implementar estas cinco prácticas en los primeros años de vida de un niño puede tener un impacto significativo en su desarrollo emocional y social. Expresar amor verbalmente, compartir actividades lúdicas como el baile, fomentar la cercanía física, brindar seguridad a través del contacto y normalizar la desnudez en el hogar son acciones que fortalecen el vínculo entre padres e hijos y sientan las bases para una infancia saludable y feliz.
Es fundamental que los padres aprovechen esta etapa crítica para proporcionar un entorno afectuoso y seguro que promueva el bienestar integral de sus hijos.
Los beneficios de estas prácticas no solo se reflejan en la infancia, sino que también se proyectan a largo plazo. Un niño que ha sentido amor, seguridad y aceptación crece con mayor capacidad para gestionar sus emociones, establecer relaciones saludables y afrontar los desafíos de la vida. Estas acciones sencillas, pero profundas, no requieren grandes recursos ni conocimientos técnicos: solo disponibilidad emocional, conciencia y presencia.