Tabla de contenidos
- El impulso de una hija
- Descubrir la alexitimia
- Una infancia sin lenguaje emocional
- La desconexión con sus seres queridos
- El momento de quiebre
- Ponerle nombre a lo que no se entendía
- Una nueva forma de habitarse
- Reconstruyendo vínculos
- No hay condena, sí camino
- Sentir es un derecho
- Preguntas frecuentes sobre la alexitimia
El impulso de una hija
Fue Sandra, su hija de 21 años, quien notó que algo no cuadraba. Aunque su padre nunca fue violento ni hiriente, había algo profundamente ausente en su forma de relacionarse. “Era como si hablara con una pared amable“, diría ella. Le preocupaba cómo su papá se iba apagando poco a poco, como si viviera en automático. Después de varias conversaciones frustradas, tomó una decisión: pagaría tres sesiones de terapia para él en SELIA, el portal de salud mental que ella misma consultaba desde hacía un año. “Solo pruébalo”, le dijo.
“No tienes que hacer nada más que ir. Son tres sesiones. Nada más”. Eduardo aceptó, más por curiosidad que por convicción. A fin de cuentas, ¿qué daño podía hacer?
Lo que no esperaba era que, en esas tres sesiones, se abriría una puerta que había estado cerrada desde que tenía memoria.
Descubrir la alexitimia
En SELIA, Eduardo se enfrentó por primera vez al concepto de “alexitimia”, una condición que afecta la capacidad para identificar y describir las emociones propias. “Fue como si alguien me estuviera describiendo sin conocerme”, recuerda. “Siempre pensé que era normal no saber qué estaba sintiendo. Que eso de hablar de emociones era una pérdida de tiempo o algo que simplemente no iba conmigo. Pero de repente me di cuenta de que no era solo ‘mi forma de ser’. Había una razón para todo esto”.
Una infancia sin lenguaje emocional
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Comienza ahoraLa desconexión con sus seres queridos
Pero con el tiempo, esa desconexión le pasó factura. Su matrimonio, aunque duradero, estaba marcado por una distancia emocional difícil de superar. Su esposa, Carolina, lo describía como “buena persona, pero frío”. Sus intentos por conectarse con él chocaban una y otra vez con su incapacidad para expresar afecto o empatía. Cuando ella atravesó una depresión leve hace algunos años, Eduardo no supo cómo apoyarla. “Quería ayudar, pero no sabía qué decir ni qué hacer. Me quedaba ahí, en silencio, esperando que se le pasara”.
Lo mismo ocurrió con Sandra, especialmente durante su adolescencia. Ella necesitaba guía emocional, alguien que la escuchara, que le dijera que todo estaría bien. Pero Eduardo, aunque presente físicamente, no lograba establecer ese vínculo. “Me hablaba de soluciones prácticas, me decía que estudiara más, que durmiera mejor, que no me preocupara tanto. Pero nunca me preguntaba cómo me sentía en serio”, relata Sandra.
El momento de quiebre
La situación cambió cuando Sandra comenzó a estudiar psicología en la universidad. Con el conocimiento que adquiría, fue entendiendo que lo que vivía con su padre no era normal ni sano. Investigó sobre posibles causas de su desconexión emocional y se encontró con el término “alexitimia”. Todo encajó. Eduardo no era indiferente, era incapaz —no por falta de voluntad, sino por una dificultad real y legítima. Fue entonces cuando decidió regalarle las tres sesiones en SELIA, con la esperanza de que al menos empezara a mirar hacia adentro.
Durante la primera sesión, Eduardo se mostró escéptico. Se sentía incómodo hablando con una terapeuta sobre temas que, hasta entonces, no había puesto en palabras. Pero la profesional de SELIA lo guió con paciencia, sin forzarlo. Le hizo preguntas simples pero profundas: ¿qué sentiste la última vez que discutiste con tu esposa? ¿Cómo te afectó la noticia del accidente de tu hermano? ¿Qué emociones sientes cuando piensas en tu hija? Eduardo no supo responder. Se quedó en blanco. “Me di cuenta de que no tenía lenguaje emocional. Era como si me hablaran en otro idioma”.
Ponerle nombre a lo que no se entendía
En la segunda sesión, la terapeuta le habló directamente sobre la alexitimia. Le explicó que muchas personas la padecen sin saberlo, y que no es culpa de nadie. Le mostró ejemplos de cómo se manifiesta: dificultad para identificar emociones, para diferenciarlas unas de otras, para hablar sobre lo que se siente o incluso para sentir empatía por los demás. Eduardo se reconoció en cada frase. Fue una mezcla de alivio y tristeza. Alivio, porque finalmente tenía una explicación para algo que siempre lo había acompañado. Tristeza, porque se dio cuenta de cuántas cosas se había perdido: abrazos sinceros, palabras de afecto, conexiones profundas.
Una nueva forma de habitarse
Eduardo decidió continuar el proceso. Las tres sesiones iniciales se convirtieron en un compromiso más duradero. No fue un camino fácil. Algunas semanas sentía que no avanzaba, que seguía sin entender lo que pasaba dentro de él. Pero con el tiempo, y con el acompañamiento de SELIA, comenzó a identificar pequeñas señales: una presión en el pecho que no era física, sino emocional; una sensación de nudo en la garganta cuando recordaba ciertos momentos de su infancia; un impulso de llorar que, aunque extraño, ya no reprimía.
También empezó a leer sobre inteligencia emocional, a hacer ejercicios de registro diario para identificar lo que sentía en diferentes momentos del día, incluso si solo podía escribir cosas como “raro”, “molesto” o “vacío”. Aprendió que las emociones no siempre se presentan como grandes revelaciones, sino como susurros que hay que aprender a escuchar.
Reconstruyendo vínculos
Sandra notó el cambio. “Papá me llamó un día solo para preguntarme cómo estaba. Eso nunca había pasado. No tenía una razón específica, solo quería saber de mí. Y cuando le conté que estaba estresada con los parciales, no me dio consejos. Solo me dijo: ‘Debe ser difícil’. Lloré después de colgar”.
Carolina también lo percibió. Aunque su relación seguía siendo un trabajo en progreso, ahora había espacio para conversaciones reales. Eduardo aprendió a decir “lo siento” sin que se sintiera como una derrota, a abrazar sin que fuera un acto incómodo, a expresar gratitud sin que sonara mecánico.
No hay condena, sí camino
La historia de Eduardo refleja una realidad que muchas personas enfrentan en silencio. La alexitimia no es ampliamente conocida y muchas veces se confunde con frialdad, desinterés o falta de empatía. Sin embargo, como explica el equipo de SELIA, se trata de una condición compleja que puede abordarse con terapia adecuada, paciencia y compromiso. No tiene cura en el sentido tradicional, pero sí puede manejarse y mejorarse con el tiempo.
Sentir es un derecho
En Bucaramanga, su rutina sigue siendo la misma: se levanta temprano, va al trabajo, vuelve a casa. Pero hay algo diferente en su forma de estar en el mundo. Ha aprendido a detenerse, a escuchar, a nombrar lo que antes era solo confusión. Y en ese proceso, ha descubierto que incluso los muros más antiguos pueden empezar a resquebrajarse cuando se les da un poco de atención, de lenguaje y de amor.