Tabla de contenidos
- La confesión que lo cambió todo
- ¿Qué es la mitomanía? Un trastorno más allá de la mentira ocasional
- ¿Mitomanía o estrategia mediática? Las dudas que persisten
- Consecuencias: De la fama al descrédito
- ¿Se puede superar la mitomanía?
- La línea entre el personaje y la persona
La confesión que lo cambió todo
Frank Cuesta, conocido por su programa Frank de la Jungla y su imagen de defensor de la fauna salvaje, sorprendió a sus seguidores al desmontar su propia narrativa:
- Falsas credenciales profesionales: “Ni soy veterinario ni soy herpetólogo. Tengo ciertos conocimientos, pero no son profesionales”, reconoció, contradiciendo años de presentarse como experto en animales.
- El santuario que nunca fue: Admitió que los animales de su supuesto refugio en Tailandia fueron comprados, no rescatados, describiéndolo como “más una granja que un santuario”.
- La mentira sobre su salud: Desmintió padecer cáncer, aclarando que su tratamiento era por una mielodisplasia, un trastorno sanguíneo distinto.
Estas revelaciones no solo cuestionan su integridad, sino que plantean una pregunta crucial: ¿hasta qué punto la mitomanía explica su comportamiento?
¿Qué es la mitomanía? Un trastorno más allá de la mentira ocasional
La mitomanía, también llamada mentira patológica, no es un trastorno independiente según el DSM-5 (manual diagnóstico de psiquiatría), pero sí un síntoma asociado a condiciones como el trastorno narcisista de la personalidad o el trastorno límite de la personalidad. Se caracteriza por:
- Mentiras compulsivas: Sin un beneficio claro, a menudo elaboradas y sostenidas en el tiempo.
- Distorsión de la realidad: El mitómano puede llegar a creer sus propias ficciones, especialmente cuando buscan validación o admiración.
- Baja autoestima y grandiosidad: Una paradoja donde el ego inflado esconde una profunda inseguridad.
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Comienza ahora¿Mitomanía o estrategia mediática? Las dudas que persisten
Aunque Cuesta atribuye sus acciones a un trastorno, expertos señalan contradicciones:
- Mentiras con propósito: A diferencia del mitómano clásico —que miente de forma impulsiva—, Cuesta construyó una narrativa coherente durante años, obteniendo fama y beneficios económicos.
- El rol del narcisismo: Su mención al “ego” sugiere rasgos narcisistas, como la necesidad de admiración y la explotación de relaciones para fines personales.
- La presión del entorno: Algunos especulan que su confesión fue forzada por amenazas legales, como su detención en Tailandia por posesión ilegal de animales.
Cuando las mentiras son tan elaboradas y mantenidas, es difícil discernir si responden a un trastorno o a un cálculo consciente.
Consecuencias: De la fama al descrédito
El caso de Cuesta ilustra el impacto devastador de la mitomanía cuando trasciende lo privado:
- Pérdida de credibilidad: Sus seguidores y colaboradores se sienten traicionados, especialmente quienes apoyaron económicamente su “santuario”.
- Problemas legales: Su detención en Tailandia por fauna protegida sin papeles podría agravarse si se demuestra que usó donaciones bajo falsos pretextos.
- Salud mental en riesgo: El aislamiento y la ansiedad por mantener mentiras suelen llevar a crisis emocionales.
¿Se puede superar la mitomanía?
La psicoterapia —especialmente la cognitivo-conductual— es clave para tratar las causas subyacentes, como traumas o trastornos de personalidad. Sin embargo, el primer paso es el más difícil: “El mitómano rara vez busca ayuda por iniciativa propia; suele ser empujado por su entorno”, señala el Colegio Oficial de Psicología de Madrid.
En SELIA, creemos que este caso abre una conversación necesaria sobre:
- La ética en las redes sociales: La presión por mantener una imagen perfecta puede alimentar conductas patológicas.
- La importancia de validar sin idealizar: Apoyar a figuras públicas sin cuestionar sus narrativas puede perpetuar engaños.
- La compasión en salud mental: Más allá del juicio, entender que trastornos como la mitomanía requieren tratamiento, no escarnio.
La línea entre el personaje y la persona
Frank Cuesta podría ser víctima de su propio personaje, atrapado en una espiral de mentiras que ya no controla. Su historia es un recordatorio de que, en la era digital, la frontera entre la realidad y la ficción a menudo se difumina —con consecuencias reales para la salud mental de todos los involucrados—.