
Pensamiento positivo: un escudo para la salud mental en el Día Mundial para la Prevención del Suicidio
En una época marcada por el estrés, la incertidumbre y la soledad, pensar en positivo no es una moda pasajera. Se trata de un recurso emocional y cognitivo que puede marcar la diferencia entre vivir atrapado en la desesperanza o abrirse a nuevas oportunidades.
Un reciente artículo de El Tiempo lo sintetiza así: “El pensamiento positivo ayuda a mejorar la salud mental y prevenir el suicidio porque fortalece la capacidad de resiliencia y esperanza en las personas”.
La primera aclaración es importante: cultivar pensamientos positivos no significa negar el dolor ni maquillar las dificultades con frases vacías. Como señalan los psicólogos, implica reconocer la complejidad de la vida, pero entrenar a la mente para enfocarse en lo que sí se puede transformar.
¿Te has dado cuenta de que, cuando piensas con esperanza, percibes más alternativas? El optimismo realista se convierte entonces en un amortiguador que protege frente a la desesperanza y los pensamientos suicidas.

La Organización Mundial de la Salud estima que casi 800.000 personas mueren cada año por suicidio en el mundo. Es una de las principales causas de muerte en jóvenes de entre 15 y 29 años. Cada pérdida es un recordatorio doloroso de que aún falta mucho por hacer en materia de prevención.
En este contexto, hablar de pensamiento positivo no es trivial. Es hablar de un factor protector que ayuda a disminuir el riesgo suicida, fortalece la resiliencia y promueve el cuidado integral de la salud mental.
Diversos estudios muestran que el optimismo está relacionado con mejores indicadores de salud física y emocional. Personas con actitud positiva reportan:
Pero lo más relevante en este tema es que el optimismo también se asocia con menores índices de ideación suicida. ¿Por qué? Porque quien encuentra motivos de esperanza, aunque sea pequeños, suele ver alternativas donde antes solo había paredes.
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El pensamiento positivo encuentra respaldo en la psicología positiva, corriente que se centra en estudiar las fortalezas humanas y no únicamente los déficits. El psicólogo Martin Seligman propuso que la vida plena se compone de tres dimensiones:
El suicidio, en cambio, suele estar vinculado a una pérdida de propósito, al agotamiento de recursos emocionales y a la sensación de carga insoportable. En ese escenario, el pensamiento positivo puede actuar como antídoto: no elimina el dolor, pero ayuda a reenfocar la atención hacia la esperanza y el sentido.
¿Y cómo se logra este cambio de enfoque? No se trata de recetas mágicas, sino de prácticas pequeñas que, repetidas en el tiempo, generan transformaciones profundas.
¿No te parece interesante cómo estas acciones sencillas pueden abrir un camino de esperanza en medio de la dificultad?
En la prevención del suicidio, ningún recurso por sí solo es suficiente. Se requiere un enfoque integral que combine acceso a servicios de salud, políticas públicas, acompañamiento social y educación emocional. Pero dentro de ese marco, el pensamiento positivo cumple un papel estratégico:
¿De qué sirve cultivar pensamientos positivos si el entorno refuerza la negatividad? La prevención del suicidio requiere comunidades y familias que fomenten espacios de escucha, diálogo y empatía.
Practicar el pensamiento positivo en grupo puede ser aún más poderoso: animar a otros, reconocer logros ajenos, evitar críticas destructivas y promover la esperanza son formas concretas de salvar vidas.
Cada año, el 10 de septiembre, el Día Mundial para la Prevención del Suicidio nos recuerda que todos podemos hacer algo: desde gobiernos que invierten en salud mental hasta amigos que escuchan sin juzgar.
Este año, la reflexión se centra en cómo herramientas como el pensamiento positivo pueden integrarse en campañas educativas, programas escolares y entornos laborales. La idea es clara: construir culturas de esperanza.
Aquí surge una inquietud válida: ¿qué pasa cuando la persona está tan abatida que no encuentra espacio para el optimismo? En esos casos, no se trata de culpar ni de imponer frases alentadoras. Se trata de acompañar, de mostrar que la esperanza puede reaparecer con ayuda.
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Es fundamental dejar claro que el pensamiento positivo no sustituye tratamientos médicos ni terapias psicológicas cuando son necesarias. Sin embargo, como complemento, se convierte en un recurso transformador.
Pensar en positivo no borra los problemas, pero ayuda a enfrentarlos con más herramientas. Es como encender una linterna en medio de la oscuridad: la noche sigue ahí, pero la manera en que avanzas cambia.
El mundo actual enfrenta desafíos enormes: crisis económicas, guerras, desigualdades y pandemias. En medio de todo esto, es normal sentir agotamiento o desánimo. Pero incluso en esas circunstancias, el pensamiento positivo es un recordatorio de que hay motivos para seguir.
¿Y si cada persona pudiera identificar una razón pequeña para vivir cada día? Ese sería un paso gigantesco en la prevención del suicidio.
En este Día Mundial para la Prevención del Suicidio, el mensaje es claro: el pensamiento positivo es más que un recurso individual. Es una herramienta social, una forma de tender puentes, de recordarle al otro que no está solo.










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