
¿Por qué una persona puede levantarse cansada aun si durmió 8 horas?
En este artículo exploramos las razones científicas, emocionales y de estilo de vida que explican por qué podemos despertarnos sin energía, incluso después de dormir lo que consideramos suficiente.
El primer mito que hay que derribar es que las famosas 8 horas garantizan un descanso reparador. La verdad es que, aunque la cantidad de horas sea importante, lo realmente determinante es la calidad del sueño. Puedes haber dormido toda la noche, pero si tu descanso fue interrumpido por microdespertares, ronquidos intensos, movimientos bruscos o incluso sueños demasiado agitados, tu cerebro no alcanzó las fases profundas del descanso.
Durante la noche pasamos por diferentes etapas: sueño ligero, sueño profundo y fase REM. Estas últimas son fundamentales para la recuperación física y cognitiva. Si no permaneces el tiempo suficiente en ellas, la fatiga será inevitable al despertar.

¿Te levantas con la sensación de que la mente está nublada, el cuerpo pesado y la coordinación torpe? Eso se llama inercia del sueño. Se trata de un estado transitorio que aparece cuando despertamos en medio de una fase profunda del descanso. Aunque hayas dormido lo suficiente, si el despertador te saca de golpe del sueño profundo, tu cerebro necesita más tiempo para activarse. Este letargo puede durar entre 30 minutos y, en algunas personas, hasta dos horas.
Nuestro organismo funciona con un reloj interno conocido como ritmo circadiano. Este regula la secreción de hormonas, la temperatura corporal, el apetito y, por supuesto, el sueño. Alterar ese ciclo natural es una de las principales causas de cansancio matutino.
Dormir a diferentes horas cada día, trasnochar con frecuencia, abusar de pantallas antes de dormir o exponerse poco a la luz solar durante la mañana, confunden al organismo. Como consecuencia, aunque sumes 8 horas de sueño, tu cuerpo no lo interpreta como un descanso eficiente.
¿Dormiste 8 horas hoy? Perfecto, pero ¿qué pasó en los días anteriores? Muchas veces acumulamos una deuda de sueño que no se recupera con una sola noche completa de descanso. Si llevas varios días durmiendo menos de lo necesario, tu organismo arrastra ese déficit, y aunque intentes compensar, la fatiga puede persistir.
Es como un banco: si siempre retiras más de lo que depositas, la cuenta se queda en números rojos. Lo mismo pasa con tu descanso.
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No todo es cuestión biológica. Muchos de nuestros hábitos diarios pueden jugar en contra de un sueño reparador. Beber café o té por la tarde, consumir alcohol antes de dormir, cenar muy pesado o revisar el celular hasta altas horas de la noche fragmentan el descanso.
Incluso el ejercicio, aunque sea beneficioso, puede afectar si se realiza demasiado cerca de la hora de acostarse, porque eleva la temperatura corporal y activa el sistema nervioso.
No se puede hablar de sueño sin hablar de estrés. Cuando la mente está sobrecargada, el cuerpo lo resiente incluso en reposo. Las preocupaciones laborales, los problemas personales o la ansiedad generalizada activan al sistema nervioso simpático, dificultando alcanzar fases profundas de descanso.
Aquí el círculo vicioso es evidente: no dormir bien aumenta la ansiedad, y la ansiedad, a su vez, impide descansar. Romper ese ciclo requiere estrategias conscientes y, en muchos casos, acompañamiento profesional.
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En algunos casos, la razón de despertarse cansado puede estar en un trastorno del sueño no diagnosticado. La apnea obstructiva, por ejemplo, interrumpe la respiración varias veces por noche y evita que el cerebro llegue a fases profundas del descanso. El insomnio, por su parte, dificulta conciliar o mantener el sueño, mientras que la hipersomnia hace que, aunque se duerma mucho, la persona nunca se sienta completamente descansada.
Estos problemas suelen pasar inadvertidos, pero si la fatiga persiste a pesar de dormir lo suficiente, lo más recomendable es acudir a un especialista.
La comida también influye en cómo descansas. Una dieta rica en azúcares o comidas ultraprocesadas puede alterar los niveles de energía y la producción de melatonina, la hormona del sueño. Por otro lado, incluir alimentos ricos en triptófano, como lácteos, frutos secos y plátano, favorece la producción de serotonina y melatonina, ayudando a dormir mejor.
¿Tu habitación favorece el descanso? Muchas veces pasamos por alto que el lugar donde dormimos puede ser un factor decisivo. Un colchón incómodo, temperaturas extremas, exceso de ruido o demasiada luz pueden fragmentar el sueño, aunque pases las 8 horas en la cama. Crear un entorno propicio —oscuro, fresco y silencioso— es esencial para garantizar un descanso reparador.
Hacer ejercicio de manera regular mejora notablemente la calidad del sueño, pero debe realizarse en horarios adecuados. La actividad física intensa justo antes de dormir puede generar el efecto contrario. Lo ideal es ejercitarse en la mañana o en la tarde, lo que ayuda a regular los ritmos circadianos y facilita alcanzar fases profundas de descanso durante la noche.
El cansancio persistente al despertar no es un síntoma que deba ignorarse. Puede estar alertando sobre problemas de salud física o mental. Además de mejorar hábitos de sueño, es importante revisar si detrás de esa fatiga se esconde ansiedad, depresión o estrés crónico. La mente y el cuerpo están profundamente conectados, y lo que afecta a uno, inevitablemente impacta al otro.
Por eso, cada vez más especialistas recomiendan un abordaje integral que no se limite a dormir más, sino a dormir mejor.
Dormir 8 horas puede parecer la meta perfecta, pero la realidad es más compleja. El cansancio al despertar es una señal de que algo en tu descanso, en tus hábitos o en tu salud requiere atención. Prestar atención a estas señales no solo mejora tu energía diaria, también protege tu salud física y mental a largo plazo.










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