
Las heridas emocionales más comunes de la infancia: Identificación y sanación
Las experiencias vividas durante la infancia juegan un papel fundamental en la formación de nuestra personalidad y bienestar emocional. Algunas vivencias, especialmente aquellas que implican dolor, abandono o rechazo, pueden dejar huellas profundas que afectan nuestra vida adulta. Estas huellas, conocidas como “heridas emocionales de la infancia”, se manifiestan en patrones de pensamiento, emociones y comportamientos que pueden limitar nuestro desarrollo y felicidad.
La herida de rechazo se origina cuando el niño siente que no es aceptado o querido por sus padres o cuidadores. Esto puede manifestarse a través de actitudes de indiferencia, críticas constantes o incluso abandono emocional. Las personas que han experimentado esta herida suelen desarrollar una baja autoestima y un miedo constante al rechazo, lo que puede llevarlas a evitar situaciones sociales o relaciones íntimas por temor a ser rechazadas nuevamente.
El abandono, ya sea físico o emocional, deja una marca profunda en el niño. Cuando los cuidadores no están presentes o no brindan el apoyo necesario, el niño puede sentirse solo, desprotegido y no amado. En la adultez, esta herida puede manifestarse como una dependencia emocional, miedo a la soledad y dificultades para confiar en los demás.
La humillación ocurre cuando el niño es ridiculizado, avergonzado o criticado de manera constante por sus cuidadores. Este tipo de trato puede generar en el niño sentimientos de vergüenza y una percepción negativa de sí mismo. Como adultos, estas personas pueden buscar constantemente la aprobación de los demás, tener dificultades para establecer límites saludables y experimentar ansiedad en situaciones sociales.
La traición se produce cuando el niño experimenta promesas incumplidas, mentiras o falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace por parte de sus cuidadores. Esto genera en el niño una sensación de desconfianza y vulnerabilidad. En la adultez, esta herida puede llevar a la persona a ser desconfiada, controladora y tener dificultades para establecer relaciones de confianza.
La herida de injusticia se origina en entornos donde el niño experimenta trato desigual, favoritismos o donde sus necesidades emocionales no son reconocidas. Esto puede generar en el niño sentimientos de frustración y enojo reprimido. Como adultos, estas personas pueden ser perfeccionistas, rígidas y tener dificultades para expresar sus emociones de manera equilibrada.
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Las heridas emocionales de la infancia no sanadas pueden influir en diversos aspectos de la vida adulta, tales como:
La sanación de estas heridas es posible y comienza con el reconocimiento y aceptación de las experiencias pasadas. Algunas estrategias para sanar incluyen:










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