
La lucha silenciosa de Valeria contra la bulimia: Entre el control y el vacío
Valeria llegó a terapia con expertos de SELIA después de que su mejor amiga la encontró llorando en el baño de la universidad, con marcas de dientes en los nudillos y el esmalte de sus dientes empezando a erosionarse por el ácido de los vómitos. “No soporto más esta guerra conmigo misma“, fue lo único que alcanzó a decir entre sollozos. Pero detrás de esos palabras había años de silencio, de sentirse insuficiente y de usar la comida como un intento desesperado por controlar algo en su vida cuando todo lo demás parecía escapársele de las manos.
Todo comenzó en el primer año de universidad, cuando Valeria dejó la casa de sus padres en Pereira para estudiar en Manizales. “En el colegio era la chica callada, la que pasaba desapercibida. Pensé que en la universidad sería diferente, que por fin encajaría“, recuerda.
Pero la realidad fue otra: mientras sus compañeros formaban grupos de amigos y parejas, ella se sentía como un fantasma. Las redes sociales se convirtieron en su tortura—scroll interminable de fotos de cuerpos perfectos, viajes y relaciones que parecían sacadas de una película. “Empecé a pensar que si mi cuerpo cambiaba, si era más delgada, alguien por fin me vería“, confiesa.
Al principio fueron solo dietas restrictivas, pero cuando el hambre y la ansiedad la vencieron, llegaron los atracones: paquetes enteros de galletas, helado, pan, todo lo que encontrara en la despensa, consumido en cuestión de minutos, casi sin masticar. Luego, el pánico. “El remordimiento era tan grande que sentía que si no lo sacaba de mí, explotaría“, dice sobre los vómitos autoinducidos que se volvieron su secreto vergonzoso.
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A diferencia de lo que muchos piensan, la bulimia de Valeria no surgió solo por un deseo de verse delgada. “Era más profundo: quería sentir que merecía ser amada“, explica. En terapia, descubrió cómo su falta de experiencias románticas—nunca había tenido una pareja estable—alimentaba su odio hacia sí misma. “Mis amigas hablaban de sus relaciones y yo fingía que no me importaba, pero en realidad me preguntaba: ¿qué tengo de malo? ¿Soy tan repulsiva que nadie me quiere?“.
Esas preguntas resonaban en su mente cada vez que se miraba al espejo, distorsionando su imagen hasta convertirla en algo monstruoso. Los días que se sentía especialmente sola, los atracones empeoraban. “Era como si mi cabeza dijera: ‘Si nadie te va a abrazar, al menos llena ese vacío con comida’“. Pero después, siempre llegaba el castigo: vómitos, promesas de “empezar de nuevo mañana” y una vergüenza tan profunda que la mantenía encerrada en su ciclo de dolor.
El año pasado, los síntomas físicos ya no pudieron ignorarse. Mareos constantes, dolores estomacales agudos y un cansancio que no la dejaba concentrarse en sus proyectos finales de carrera. “Una tarde me desmayé en clase de fotografía. Desperté en la enfermería con un profesor diciéndome que debía ver a un médico“, relata. Fue entonces cuando buscó ayuda en SELIA.
Su terapeuta, especialista en trastornos alimentarios, le explicó que la bulimia era solo la punta del iceberg: “Detrás había una joven que nunca aprendió a validarse por quien era, no por cómo se veía o cuánto pesaba“. El tratamiento combinó terapia cognitivo-conductual para romper el ciclo de atracones y purgas, con un enfoque emocional para trabajar su autoestima y el miedo al rechazo.
Uno de los ejercicios más difíciles para Valeria fue la exposición gradual a situaciones que le generaban ansiedad—como salir a comer con amigos sin calcular cada caloría—y aprender a tolerar la incomodidad sin recurrir a conductas destructivas. “La primera vez que comí un pedazo de pastel en un cumpleaños y no fui al baño después, sentí que había escalado el Everest“, dice entre risas.
También trabajó en reconstruir su autoimagen. En lugar de evitar los espejos, empezó a practicar la técnica del mirror work: pararse frente al reflejo y decir en voz alta tres cosas que valoraba de sí misma, más allá de su apariencia. “Al principio lloraba, pero ahora puedo decir: ‘Soy creativa, tengo una voz cálida y soy leal con mis amigos’“.
Hoy, Valeria está a meses de graduarse y ha logrado reducir significativamente sus episodios de bulimia. Aunque algunos días son más difíciles—especialmente cuando la soledad golpea—, ahora tiene herramientas para enfrentarlos: escribe en un diario, llama a su terapeuta o cocina recetas nuevas sin convertir la comida en un enemigo.
En SELIA, creemos que la bulimia no define a una persona. Es posible sanar, pero el primer paso es pedir ayuda. Como Valeria expresa: “Aprendí que mi valor no está en un número en la báscula, sino en todo lo que soy—y eso incluye mis cicatrices“. Si te identificas con esta historia, recuerda: no tienes que luchar en silencio. La recuperación comienza cuando dejamos de escondernos.
*La historia ficticia retrata los cientos de casos de pacientes de SELIA, en la búsqueda de formar conciencia con compasión en la sociedad.










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