El calvario silencioso de Ana, una víctima de violencia psicológica

Última actualización:
2025-10-16

El calvario silencioso de Ana, una víctima de violencia psicológica

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Barranquilla, con su brisa cálida y su bullicio característico, parece una ciudad donde la alegría nunca se apaga. Pero detrás de las puertas de una casa en el norte de la ciudad, Ana María, una mujer de 38 años, madre de dos niños y comunicadora social, vive una realidad muy distinta.

Desde hace seis años, su matrimonio se ha convertido en una jaula invisible, donde las palabras cortan como cuchillos. Ana María llegó a terapia con expertos de SELIA con una confesión que le costó años reconocer: “Creo que mi esposo me maltrata, pero no me pega… ¿eso cuenta como violencia?”

Al principio era el príncipe azul“: cómo el amor se convirtió en control

Ana María conoció a Carlos en una fiesta de amigos. Él era encantador, atento, el tipo de hombre que recordaba cada detalle. “Me hacía sentir especial, como si fuera la única mujer en el mundo“, recuerda. Cuando quedó embarazada de su primer hijo, Carlos insistió en que dejara su trabajo en la agencia de publicidad donde era redactora. “Dijo que él podía mantenernos y que sería mejor para el bebé“, explica. Lo que parecía un gesto de amor, con el tiempo se reveló como el primer eslabón de una cadena de control.

El cambio fue gradual. Primero fueron comentarios sobre su ropa: “Ese vestido es muy corto, ¿no crees?”. Luego, críticas a sus amistades: “Esa, tu amiga, es una mala influencia”. Para cuando nació su segundo hijo, Carlos ya controlaba sus redes sociales, revisaba su celular y decidía con quién podía hablar. “Me llevaba a hacer creer que era por mi bien, que él me protegía y a su familia por la inseguridad del país y de Internet“, cuenta Ana María con voz quebrada.

No soy nada sin él“: la erosión sistemática de su autoestima

Lo más insidioso de la violencia psicológica es cómo va carcomiendo la identidad. Ana María, que antes escribía artículos aplaudidos por sus colegas, empezó a creer que era “una mediocre“. Carlos repetía frases como: “Dónde estarías sin mí” o “Nadie más te aguantaría”. “Llegué a pensar que era cierto, que era una mala madre y una profesional inútil que ya no podía competir en un entorno laboral“, confiesa.

El aislamiento fue clave en este proceso. Carlos alejó a Ana María de su familia, diciendo que sus padres “no lo respetaban“. Cuando su hermana la visitó preocupada por su cambio de personalidad, Carlos la convenció de que estaba exagerando: “Es el estrés de cuidar a los niños”.

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El punto de quiebre llegó durante una discusión por dinero. Ana María pidió ayuda para pagar las cuentas porque Carlos le daba una mesada insuficiente. Él estalló: “¿En qué gastas todo? Seguro es para tus amiguitos. Ojalá te murieras y me dejaras en paz”. Esa noche, mientras los niños dormían, Ana María buscó en internet “señales de maltrato emocional” y lloró al reconocer su vida en cada punto.

No tengo pruebas“: el dilema de denunciar lo intangible

En terapia, Ana María enfrentó el mayor obstáculo de las víctimas de violencia psicológica: la falta de pruebas tangibles. “Si me hubiera pegado, al menos tendría algo que mostrar“, decía. Su terapeuta en SELIA le explicó que el maltrato emocional deja cicatrices igual de profundas: “Las palabras que te dicen que no vales, el control que te impide respirar, eso también es violencia“.

El proceso terapéutico se centró en:

  1. Reconocer las estrategias de manipulación: gaslighting (hacerla dudar de su percepción), críticas disfrazadas de “consejos“, castigos con silencio.
  2. Reconstruir su autonomía: empezó a manejar pequeñas cantidades de dinero sin rendir cuentas.
  3. Romper el aislamiento: retomó contacto con su hermana mediante llamadas secretas.

Mis hijos son mi motor“: el camino hacia la libertad

Lo que finalmente le dio fuerza a Ana María fue darse cuenta del modelo que estaba dando a sus hijos. “Mi hijo mayor empezó a decirle ‘tonta’ a su hermana, como Carlos me dice a mí“, relata. Hoy tiene todo el fundamento pedir el divorcio.

Un mensaje para otras mujeres

Ana María quiere que su historia ayude a otras: “Si sientes que caminas en cáscaras de huevo en tu propia casa, si te da miedo hablar, eso no es amor“. En SELIA, recordamos que la violencia psicológica es tan dañina como la física. Como dice Ana María: “Mi terapia me enseñó que merezco vivir sin miedo. Ahora estoy aprendiendo a creérmelo“.

Si te identificas con esta historia, no estás sola. La violencia invisible también deja heridas, pero la recuperación es posible.


*La historia ficticia retrata los cientos de casos de pacientes de SELIA, en la búsqueda de formar conciencia con compasión en la sociedad.

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