
Cómo complacer demasiado sabotea el amor y tu bienestar
Muchos aceptan estar siempre disponibles, evitar conflictos, minimizar sus emociones, con la esperanza de mantener la paz, sentirse valorados, o recibir aprobación.
Cuando acostumbramos a complacer, dejamos de escucharnos. Nuestras opiniones, deseos, valores pueden quedar opacados. Con el tiempo, te preguntas: ¿qué quiero yo? y descubres que no lo sabes o que ya no te acuerdas. Esa desconexión interna alimenta insatisfacción y resentimiento.
Si una persona da siempre y la otra recibe siempre, se genera una relación desequilibrada. La complacencia constante puede reforzar dinámicas de dependencia, porque quien da espera reciprocidad (aunque no siempre la recibe), y quien recibe puede no aprender a aportar de vuelta. Esto puede generar frustración, resentimiento o que la relación se sostenga por obligación más que por genuina conexión.
Ser complaciente muchas veces viene acompañado de autoexigencia elevada: “debo ser amable siempre”, “no puedo molestar”, “no puedo decir que no”. Esa actitud agota. Cuando ignoras tus límites, tu cuerpo y tu mente cobran la factura: estrés, ansiedad, culpa constante por no cumplir lo que otros esperan.
Complacer suele evitar confrontaciones, pero en una relación saludable los conflictos no sólo son inevitables, sino necesarios: permiten negociar, crecer, establecer límites. Si uno siempre cede para evitar peleas, los temas nunca se resuelven, las heridas quedan escondidas.
Algunos detonantes comunes:
Puedes hacerte estas preguntas para identificar el patrón:
Si contestas “sí” a varias, puede que estés en modo complacencia.
Hacer consciente el patrón es clave. Decir “me doy cuenta de que estoy complaciendo demasiado” ya es empezar a cambiar. Ver qué situaciones te activan, cuáles son tus creencias internas que te impulsan a ceder.
Un límite es decir “no” cuando algo te incomoda. No expresar lo que te molesta o lo que necesitas es regalar poder al otro. Establecer límites no es egoísmo, es auto-cuidado.
Decir “no” puede generar culpa, miedo al rechazo, preocupación por herir al otro. Practicarlo con personas de confianza, en situaciones pequeñas al principio, ayuda a ganar soltura. Puedes usar frases como: “Lo siento, no puedo ahora”, “Eso no me parece bien”, “Necesito tiempo para mí”.
Cuando complacer te lleva a ignorar lo que sientes, las emociones pueden acumularse. Reconocer que tienes derecho a sentir enojo, frustración, tristeza o cansancio, es parte de respetarte.
Dormir bien, hacer actividades que te llenen, tiempo para ti, descanso emocional. El autocuidado es la antítesis de la complacencia, te conecta contigo mismo y te recarga para no ceder siempre.
Algunas personas encuentran que la complacencia está muy arraigada, ligada a patrones de crianza, baja autoestima, ansiedad social, etc. Un psicólogo puede ayudar a desentrañar estos patrones y darte herramientas concretas para cambiar.
Si hoy piensas que complacerte demasiado te está saboteando emocionalmente, puedes hablar con terapeutas y psicólogos online de SELIA que te brinden espacio seguro para explorar tus emociones y límites personales.
Más que ayuda puntual, muchos encuentran en programas de salud mental la estructura que les permite sostener cambios, recuperar autoestima, manejar ansiedad, trabajar traumas del silencio. Estos programas pueden ofrecer seguimiento, apoyo grupal, técnicas terapéuticas, espacios de reflexión.
Complacer demasiado puede sentirse como una forma de amor, de protección o de evitar dolor. Pero a largo plazo puede volverse el destructor silencioso de relaciones, autoestima y paz interna. Aprender a decir “no”, a ser auténtico, a reconocer tu valor, no solo mejora tus vínculos, sino que reconstruye tu relación contigo mismo. ¿Te animas hoy a exigir ese respeto interno, ese espacio para ser tú tal como eres?










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