
¿Cómo debe ser el amor en un matrimonio?
*Con información de El Tiempo.
En la actualidad, las personas viven obsesionadas con el romance intenso, las grandes declaraciones y la química explosiva; pocos se detienen a pensar qué hace que un matrimonio perdure más allá de los primeros años. Arthur Brooks, profesor de Harvard y experto en felicidad, ofrece una respuesta contundente: los matrimonios más felices no son aquellos que mantienen viva la pasión a toda costa, sino los que cultivan un amor de compañía, una amistad profunda que se fortalece con el tiempo.
Su perspectiva, compartida en su podcast, desafía la idea popular de que el éxito de una relación depende de mantener “la llama encendida”. Según Brooks, la pasión es solo la puerta de entrada al amor, pero no su esencia duradera. Lo que realmente sostiene a las parejas felices es algo mucho más simple y, a la vez, más poderoso: la certeza de tener a alguien con quien compartir la vida, en lo cotidiano y en lo extraordinario.
Cuando dos personas se enamoran, su cerebro experimenta una revolución química. Hormonas como la dopamina y la serotonina crean esa euforia característica del amor romántico, esa sensación de que el mundo brilla más cuando estamos junto a la persona amada. Sin embargo, Brooks explica que este estado neuroquímico es temporal. “La pasión es un componente del inicio, una fase en la que las dos partes están construyendo una unión“, dice. Pero con el tiempo, ese fuego inicial se transforma.
Muchas parejas interpretan este cambio como una señal de que el amor se ha debilitado, cuando en realidad está evolucionando. La obsesión por mantener viva la chispa del principio puede llevar a frustraciones innecesarias, porque lo que viene después no es menos valioso: un vínculo más estable, más consciente y, en muchos sentidos, más gratificante.
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Brooks no descarta la importancia de la intimidad y el deseo, pero insiste en que el verdadero secreto de los matrimonios felices es la amistad. “A lo que se quiere llegar en cinco años es a conseguir la mejor amistad con la persona que tienes al lado“, afirma. Este tipo de amor, al que él llama “amor de compañía“, se basa en la complicidad, la confianza y la aceptación incondicional.
¿Cómo se ve esto en la práctica? En gestos pequeños pero significativos: saber que tienes a alguien con quien ver televisión todas las noches, compartir un silencio cómodo, reírte de los mismos chistes una y otra vez. Puede sonar mundano, pero ahí radica su belleza. La felicidad en el matrimonio no siempre está en los grandes gestos, sino en la seguridad de que, pase lo que pase, hay alguien que elige estar a tu lado día tras día.
Uno de los aspectos más liberadores del amor de compañía es que no exige perfección. Brooks lo describe como un sentimiento que “no es competitivo“, que te abraza incluso “si estás afectando al mundo o actuando como un bobo“. A diferencia del amor pasional, que a menudo idealiza al otro, este tipo de amor reconoce las imperfecciones y las abraza.
En una sociedad que premia la productividad y el rendimiento, el matrimonio puede convertirse en un refugio donde no hay que demostrar nada. Donde se permite ser vulnerable, equivocarse, incluso fracasar, sabiendo que el otro no te juzgará por ello. Esta aceptación mutua es lo que permite que las parejas enfrenten juntas los desafíos de la vida, desde las crisis económicas hasta las pérdidas emocionales.
Si el amor de compañía es la clave, ¿cómo pueden las parejas fortalecerlo? Brooks no ofrece fórmulas mágicas, pero su enfoque sugiere que se trata de priorizar la conexión emocional por encima de la intensidad pasajera. Algunos hábitos que pueden ayudar incluyen:
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Al final, el mensaje de Brooks es esperanzador: el amor no tiene por qué debilitarse con el tiempo. Puede transformarse, hacerse más tranquilo, pero también más profundo. El desafío está en no confundir esa transformación con pérdida, sino en verla como una oportunidad para construir algo más sólido.
Los matrimonios más felices no son aquellos que viven en un estado perpetuo de romance cinematográfico, sino los que han aprendido a encontrar alegría en lo ordinario. Los que han descubierto que, después de todo, el verdadero lujo no es la pasión desbordada, sino la certeza de tener a alguien con quien envejecer, reír y, sí, ver televisión todas las noches. Porque al final, como bien dice Brooks, ese es el tipo de amor que perdura: el que elige quedarse, no por química, sino por compañía.
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